miércoles, 2 de mayo de 2018

Comentario sobre Estampa


Esta es una revista de sucesos y noticias del año 1929. Es una forma interesante de observar la vida cotidiana de la gente de aquella época, es decir, la intrahistoria.
Esto no se ve tanto en los reportajes que nos muestra, ni siquiera en las historietas que aparecen publicadas, sino en las fotografías y en la publicidad. Los anuncios son casi siempre de medicinas y cosméticos. Las medicinas que se venden suelen ser remedios estomacales, quién sabe si era una afección más común entonces que ahora. Los cosméticos suelen ir dirigidos a las mujeres, siempre para verse más hermosas, haciendo hincapié en lo desagradable que es un rostro graso o seco, demasiado pálido o demasiado moreno, demasiado rosado o con muy poco color, es decir, como siempre, una mujer nunca es lo suficientemente perfecta, porque si no, no queda nada que venderle.
Se puede ver la estética de la época en las fotografías. Siendo los años 20, vemos claramente los rostros muy maquillados de las mujeres, como imitación de las actrices de cine mudo, con el pelo corto, la tez extremadamente pálida, los ojos grandes y con ahumados oscuros, labios dibujados por dentro de la línea y cejas lánguidas y finísimas. Los hombres, en traje, elegantes y bien engominados.
Obviamente no toda la población tendría este aspecto, pero era el estilo, a lo que la clase media, probablemente, aspiraba.

Entrevista a Patricia Pérez, masona


Entrevisto hoy a Patricia Pérez, una mujer masona que ha tenido la amabilidad de acompañarme en esta tarde nublada. Compartimos un rato en un café cualquiera, y me cuenta todo al respecto de esa parte de su vida que resulta tan curiosa y a la vez tan desconocida para la mayoría de nosotros.

¿Cómo definirías o explicarías la masonería a alguien que no sabe exactamente qué es?
No es sencillo definirla, ya que para cada masón es algo distinto. Te diría que se trata de un camino de crecimiento personal que tiene una serie de ritos de iniciación. Este desarrollo personal del que te hablo se lleva a cabo a través del simbolismo masónico actual, que desciende de todos aquellos símbolos utilizados por los canteros de las catedrales de la Edad Media.  A esta masonería se la llamaba “masonería operativa”.
Las logias eran los centros de reunión. Con el tiempo, se fueron atrayendo intelectuales a las logias y ello derivó en una masonería especulativa, que es la que opera actualmente. A partir de aquí, la masonería es como un tronco con muchas ramas, ya que hay diversas clases. Se divide básicamente en dos corrientes: los regulares, propios de Inglaterra, y las logias francesas, más aperturistas tanto en los ritos de adopción como en la aceptación de mujeres.
En las logias existe una gran jerarquía. Las obediencias u órdenes pueden ser femeninas, masculinas o mixtas. La masonería es algo que se vive de una manera muy personal.

¿Con qué clase de conocimiento se trabaja en las logias?
En las logias azules o de perfección existe un sistema de acceso al conocimiento en grados, y está estructurado como los oficios medievales: aprendiz, compañero y maestro. El conocimiento esotérico es más intelectual debido a la línea de trabajo que se sigue. Básicamente, se van estudiando los símbolos propios de la masonería –el compás, la piedra bruta- gracias a la experimentación a través de los ritos. Se escriben una serie de trabajos llamados planchas, que se leen frente a los demás miembros de la logia. Esta es una representación de un microcosmos. Los ritos te disponen para que el simbolismo penetre mejor.
Dentro de las logias no se habla de religión ni de política, aunque sí que es verdad que todo el proceso es dependiente de un rito, un dogma. Es necesaria la idea de un Dios, porque si no es imposible penetrar en el conocimiento de las relaciones con el universo.

¿Qué te aporta la masonería?
A mí me aporta una mayor perspectiva filosófica de la vida, una oportunidad de mirar hacia mi interior continuamente.  

¿Cómo entraste en este mundo?
Con 24 años. Conocía a la madre de un compañero de instituto, y ella tenía una manera muy interesante de hablar, me fascinaba. Un día, conversando con ella, salió el tema y me pareció muy interesante. A las logias debes entrar preguntando y mostrando una motivación, no son organizaciones proselitistas, ni sectas, ni nada que se le parezca.
Sí que es verdad que tienen a su alrededor un halo de oscurantismo, pero en España se debe a algo muy concreto: a toda la campaña de desprestigio que Franco llevó a cabo durante la guerra civil, ya que no le permitieron entrar a ninguna logia. No nos basamos en el secreto, sino en la discreción. Yo no voy diciendo que soy masona, igual que no voy anunciando mi orientación sexual ni nada por el estilo.
Como decía, la madre de mi amigo vio mi interés y me dio libros sobre el tema. Es raro que me aceptasen, ya que vivía en casa con mis padres. Digo que es raro porque la admisión y la permanencia se rigen por dos máximas: la de la libertad y la de buenas costumbres. La máxima de libertad es básicamente por lo que las mujeres no han podido entrar a las logias en España hasta hace relativamente poco, y es que has de ser solvente económicamente para poder pagar la mensualidad y los viajes que sean necesarios. La máxima de costumbres no se rige por lo social, aunque sí que te piden un registro de penales; se trata más bien de rendir cuentas a tu conciencia.
Solicité la entrada a una logia, y tuve que pasar tres entrevistas o aplomaciones con el líder. Acudí a un taller de preparación y tuve que presentar un currículum profesional y otro de vida. Por último, tuve que hacer un pase bajo venda, en el cual te vendan los ojos y los miembros de la logia te hacen una serie de preguntas.
Las logias están inscritas como asociaciones culturales en el registro del Ministerio, y pagamos una mensualidad de 30€, ya que cada logia lleva a cabo una autogestión y se hace cargo del alquiler y de los derechos de formación.
Además, existe una obligación de asistencia a las reuniones mensuales. En caso de que en algún momento no puedas cumplir los requisitos, es más fácil salir que entrar, ya que puedes hacerlo sin dar ninguna explicación. La entrada a una logia siempre ha de ser por inquietud personal, por querer saber más.
Para las mujeres es más complicado entrar, ya que hay menos logias. Desde fuera se ve muy exigente, pero desde dentro es fácil atender tus obligaciones profanas. Cuando mis hijos eran más pequeños, los llevaba conmigo a las reuniones, a uno de ellos tan sólo al mes de nacer. De todos modos, sí que es verdad que por situaciones culturales, las mujeres tenemos muchos más espacios de reflexión personal que los hombres.

¿Alguna vez has te has encontrado con una experiencia desagradable o has notado algo negativo en la masonería que no te haya gustado nada?
No, jamás. Es algo que me aporta mucho, es un tipo de aprendizaje que se experimenta con la vida. No está por encima de todo, y las responsabilidades son perfectamente conciliables. Soy masona 24 horas al día, al igual que soy madre, mujer o maestra. Llevo bien todas las partes de mí.
Sí que es verdad que te pone en muchas situaciones de crisis personal, pues toda esa reflexión interior te obliga a ponerte cara a cara contigo misma, pero no lo entiendo como algo negativo, ya que me hace avanzar. Cuanto más joven entras, más camino tienes recorrido a una edad determinada. No es que sepa más que otros, sino que he aprovechado el camino y he vivido la masonería muy intensamente. Si llevas poco tiempo en una logia, no te da tiempo a valorar lo aprendido.

¿Son las logias como una familia o son más bien un grupo de reunión?
Son como una fraternidad, porque el camino masónico es individual, pero el grupo lo potencia, como si fuera un espejo. Nos vincula el rito de una manera muy potente, como una serie de lazos invisibles. No se entra por soledad o para tener un grupo de reunión, y quien lo hace se sale muy pronto. Esos lazos de los que te hablo son potentes, vinculan alma con alma. El grupo es de conexión y de vibración, y puedes sentirlo.

Entonces, ¿la gente dura más en la masonería si tiene el deseo de saber?
No siempre. Algunos prefieren quedarse por la reunión, pero no es mi caso. A veces me pregunto qué hago ahí, ya que puede haber gente con la que no conecto. Aún así, dentro de la logia los integrantes somos como la piedra, la argamasa o los cimientos de una construcción, todos con una función. La gente con la que no tenía tanta afinidad me aportaba mucho, aprendía más cosas, por eso es tan bueno estar en grupo. El eco que tú lanzas te viene de vuelta, y ese otro eco puede venir de alguien diferente, o si no, no resonaría. El trabajo con el simbolismo provoca cambios muy profundos.

¿Qué podrías explicar sobre el trabajo simbólico?
Como te había dicho antes, los símbolos se inspiran en los utilizados por los constructores de las catedrales. Aunque se usan en masonería, pueden encontrarse en todas las culturas, aunque el uso desde nuestro campo es distinto. Lo que trabajamos es qué significan, para ello se manejan diccionarios simbólicos. Desde el rito se ve una cara diferente de sus significados, vemos lo que antes no veíamos. Los trabajos de las escuelas esotéricas, no sólo de la masonería, sino de todas las disciplinas esotéricas, se orientan a la práctica, a hacer la vida más fácil.
El rito es lo esotérico, en la masonería experimental se enmarca el trabajo en ese aspecto. Las aportaciones, lo que nos aporta a cada uno, se leen en grupo y se crea un debate al respecto. Se pasa de lo particular a lo general, es decir, de lo que significa el símbolo en tu vida y cómo se relaciona con todo lo demás. Tener esa capacidad de relacionarlo es lo que aporta el trabajo del rito.

¿Consideras que alguno de esos trabajos o aportaciones se ha reflejado en la vida exterior a gran escala, es decir, que ha influido en grandes grupos de personas que no pertenecen a la masonería?
Bueno, la historia está llena de masones impulsores. Yo lo veo como que la masonería tiene un tipo de aprendizaje que se basa en una fuerza de avance para que la sociedad evolucione. Sí que se han aplicado algunos aspectos fuera. Algunas logias tienen más presencia social, pero eso no las hace ni mejores ni peores.
Todo el trabajo personal acaba saliendo fuera de una manera u otra. Es como el aleteo de una mariposa que condiciona el universo: yo aprendo algo, lo aplico en mi vida y eso influye en mi alrededor. El aprendizaje condiciona movimientos. No es tanto que haya un grupo masónico detrás de ciertas revoluciones como que esas revoluciones estén lideradas por personas con capacidad de decisión.
El perfeccionamiento de la humanidad es el objetivo de la masonería, pero empieza en uno mismo. Es como un grano de arena en un reloj, o como el efecto de expansión de un dominó. Yo mi aprendizaje lo transmito, tanto en lo visible como en lo invisible. La humanidad son precisamente las relaciones humanas. La masonería en que yo estoy está más orientada a lo sagrado que a lo histórico.

 Para terminar, si pudieras ¿qué mito erradicarías sobre la masonería?
Yo soy un poco especial porque esas cosas no me importan, no gasto mi energía en ello. A cada uno lo reconocen por sus huellas, y creo que donde hay desconocimiento puede haber conocimiento.
En Francia y en EE.UU. no hay esas consideraciones negativas sobre la masonería a nivel social, de hecho en EE.UU. los masones se reconocen como tal abiertamente y colocan placas en sus puertas señalándolo, ya que les da más prestigio. En España se ve peor, pero al final se te reconoce por unas cualidades. Si se tiene esa visión es por ignorancia. A poco que busques ya encuentras que no es ninguna secta ni nada parecido. Así que no, no erradicaría ningún mito.

Entrevista histórica: Cháves Nogales


Nos encontramos con Manuel Chaves Nogales en Montrouge, Seine, donde se halla refugiado debido a la situación política que se está viviendo al otro lado de los Pirineos, en su nación de origen. A continuación, le preguntamos sobre las tensiones vividas, su experiencia en estos meses de guerra y su visión del futuro.
¿Cómo vivía su trabajo antes de la guerra?
Yo era eso que los sociólogos llaman un «pequeñoburgués liberal», ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Trabajador intelectual al servicio de la industria regida por una burguesía capitalista heredera inmediata de la aristocracia terrateniente, que en mi país había monopolizado tradicionalmente los medios de producción y de cambio —como dicen los marxistas—, ganaba mi pan y mi libertad con una relativa holgura confeccionando periódicos y escribiendo artículos, reportajes, biografías, cuentos y novelas, con los que me hacía la ilusión de avivar el espíritu de mis compatriotas y suscitar en ellos el interés por los grandes temas de nuestro tiempo. Cuando iba a Moscú y al regreso contaba que los obreros rusos viven mal y soportan una dictadura que se hacen la ilusión de ejercer, mi patrón me felicitaba y me daba cariñosas palmaditas en la espalda. Cuando al regreso de Roma aseguraba que el fascismo no ha aumentado en un gramo la ración de pan del italiano, ni ha sabido acrecentar el acervo de sus valores morales, mi patrón no se mostraba tan satisfecho de mí ni creía que yo fuese realmente un buen periodista; pero, a fin de cuentas, a costa de buenas y malas caras, de elogios y censuras, yo iba sacando adelante mi verdad de intelectual liberal, ciudadano de una república democrática y parlamentaria. Si, como me ocurría a veces, el capitalismo no prestaba de buen grado sus grandes rotativas y sus toneladas de papel para que yo dijese lo que quería decir, me resignaba a decirlo en el café, en la mesa de la redacción o en la humilde tribuna de un ateneo provinciano, sin el temor de que nadie viniese a ponerme la mano en la boca y sin miedo a policías que me encarcelasen, ni a encamisados que me hiciesen purgar atrozmente mis errores. Antifascista y antirrevolucionario por temperamento, me negaba sistemáticamente a creer en la virtud salutífera de las grandes conmociones y aguar daba trabajando, confiado en el curso fatal de las leyes de la evolución. Todo revolucionario, con el debido respeto, me ha parecido siempre algo tan pernicioso como cualquier reaccionario. En realidad, y prescindiendo de toda prosopopeya, mi única y humilde verdad, la cosa mínima que yo pretendía sacar adelante, merced a mi artesanía y a través de la anécdota de mis relatos vividos o imaginados, mi única y humilde verdad era un odio insuperable a la estupidez y a la crueldad; es decir, una aversión natural al único pecado que para mí existe, el pecado contra la inteligencia, el pecado contra el Espíritu Santo. Pero la estupidez y la crueldad se enseñoreaban de España.
¿Cómo diría que se inició el contagio de ideologías que acabó dando lugar a la Guerra?
¿Por dónde empezó el contagio? Los caldos de cultivo de esta nueva peste, germinada en ese gran pudridero de Asia, nos los sirvieron los laboratorios de Moscú, Roma y Berlín, con las etiquetas de comunismo, fascismo o nacionalsocialismo, y el desapercibido hombre celtíbero los absorbió ávidamente. Después de tres siglos de barbecho, la tierra feraz de España hizo pavorosamente prolífica la semilla de la estupidez y la crueldad ancestrales. Es vano el intento de señalar los focos de contagio de la vieja fiebre cainita en este o aquel sector social, en esta o aquella zona de la vida española. Ni blancos ni rojos tienen nada que reprocharse. Idiotas y asesinos se han producido y actuado con idéntica profusión e intensidad en los dos bandos que se partieran España.
¿Cómo vivió el estallido del Alzamiento, antes y después?
De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros. Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la guerra civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable. Cuando estalló la guerra civil, me quedé en mi puesto cumpliendo mi deber profesional. Un consejo obrero, formado por delegados de los talleres, desposeyó al propietario de la empresa periodística en que yo trabajaba y se atribuyó sus funciones. Yo, que no había sido en mi vida revolucionario, ni tengo ninguna simpatía por la dictadura del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me puse entonces al servicio de los obreros como antes lo había estado a las órdenes del capitalista, es decir, siendo leal con ellos y conmigo mismo. Hice constar mi falta de convicción revolucionaria y mi protesta contra todas las dictaduras, incluso la del proletariado, y me comprometí únicamente a defender la causa del pueblo contra el fas cismo y los militares sublevados. Me convertí en el «camarada director», y puedo decir que durante los meses de guerra que estuve en Madrid, al frente de un periódico gubernamental que llegó a alcanzar la máxima tirada de la prensa republicana, nadie me molestó por mi falta de espíritu revolucionario, ni por mi condición de «pequeñoburgués liberal», de la que no renegué jamás. Vi entonces convertirse en comunistas fervorosos a muchos reaccionarios y en anarquistas terribles a muchos burgueses acomodados. La guerra y el miedo lo justificaban todo. Hombro a hombro con los revolucionarios, yo, que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio. No me acusa la conciencia de ninguna apostasía. Cuando no estuve conforme con ellos, me dejaron ir en paz.
¿En qué momento decidió que era mejor abandonar el país?
Me fui cuando tuve la íntima convicción de que todo estaba perdido y ya no había nada que salvar, cuando el terror no me dejaba vivir y la sangre me ahogaba. ¡Cuidado! En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco, asesinando mujeres y niños inocentes. Y tanto o más miedo tenía a la barbarie de los moros, los bandidos del Tercio y los asesinos de la Falange, que a la de los analfabetos anarquistas o comunistas. Los «espíritus fuertes» dirán seguramente que esta repugnancia por la humana carnicería es un sentimentalismo anacrónico. Es posible. Pero, sin grandes aspavientos, sin dar a la vida humana más valor del que puede y debe tener en nuestro tiempo, ni a la acción de matar más trascendencia de la que la moral al uso pueda darle, yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos. Para un español quizá sea éste un lujo excesivo. Se paga caro, desde luego. El precio, hoy por hoy, es la Patria. Pero, la verdad, entre ser una especie de abisinio desteñido, que es a lo que le condena a uno el general Franco, o un kirguís de Occidente, como quisieran los agentes del bolchevismo, es preferible meterse las manos en los bolsillos y echar a andar por el mundo, por la parte habitable de mundo que nos queda, aun a sabiendas de que en esta época de estrechos y egoístas nacionalismos el exiliado, el sin patria, es en todas partes un huésped indeseable que tiene que hacerse perdonar a fuerza de humildad y servidumbre su existencia. De cualquier modo, soporto mejor la servidumbre en tierra ajena que en mi propia casa. Cuando el gobierno de la República abandonó su puesto y se marchó a Valencia, abandoné yo el mío. Ni una hora antes, ni una hora después. Mi condición de ciudadano de la República Española no me obligaba a más ni a menos. El poder que el gobierno legítimo dejaba abandonado en las trincheras de los arrabales de Madrid lo recogieron los hombres que se quedaron defendiendo heroicamente aquellas trincheras. De ellos, si vencen, o de sus vencedores, si sucumben, es el porvenir de España.
¿Cómo cree que terminará todo este enfrentamiento?
El resultado final de esta lucha no me preocupa demasiado. No me interesa gran cosa saber que el futuro dictador de España va a salir de un lado u otro de las trincheras. Es igual. El hombre fuerte, el caudillo, el triunfador que al final ha de asentar las posaderas en el charco de sangre de mi país y con el cuchillo entre los dientes —según la imagen clásica— va a mantener en servidumbre a los celtíberos supervivientes, puede salir indistintamente de uno u otro lado. Desde luego, no será ninguno de los líderes o caudillos que han provocado con su estupidez y su crueldad monstruosas este gran cataclismo de España. A ésos, a todos, absolutamente a todos, los ahoga ya la sangre vertida. No va a salir tampoco de entre nosotros, los que nos hemos apartado con miedo y con asco de la lucha. Mucho menos hay que pensar en que las aguas vuelvan a remontar la corriente y sea posible la resurrección de ninguno de los personajes monárquicos o republicanos a quienes mató civilmente la guerra. El hombre que encarnará la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, para imponerse, para subsistir, tendrá, como primera providencia, que renegar del ideal que hoy lo tiene clavado en un parapeto, con el fusil echado a la cara, dispuesto a morir y a matar. Sea quien fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende. Viniendo de un campo o de otro, de uno u otro lado de la trinchera, llegará más tarde o más temprano a la única fórmula concebible de subsistencia, la de organizar un Estado en el que sea posible la humana convivencia entre los ciudadanos de diversas ideas y la normal relación con demás Estados, que es precisamente a lo que se nie an hoy unánimemente con estupidez y crueldad ilimitadas los que están combatiendo. No habrá más que una diferencia, un matiz. El de que el nuevo Estado español cuente con la confianza de un grupo de potencias europeas y sea sencillamente tolerado por otro, o viceversa. No habrá más. Ni colonia fascista ni avanzada del comunismo. Ni tiranía aristocrática ni dictadura del proletariado. En lo interior, un gobierno dictatorial que con las armas en la mano obligará a los españoles a trabajar desesperadamente y a pasar hambre sin rechistar durante veinte años, hasta que hayamos pagado la guerra. Rojo o blanco, capitán del ejército o comisario político, fascista o comunista, probablemente ninguna de las dos cosas, o ambas a la vez, el cómitre que nos hará remar a latigazos hasta salir de esta galerna ha de ser igualmente cruel e inhumano. En lo exterior, un Estado fuerte, colocado bajo la protección de unas naciones y la vigilancia de otras. Que sean éstas o aquéllas, esta mínima cosa que se decidirá al fin en torno a una mesa y que dependerá en gran parte de la inteligencia de los negociadores, habrá costado a España más de medio millón de muertos. Podía haber sido más barato. Cuando llegué a esta conclusión abandoné mi puesto en la lucha. Hombre de un solo oficio, anduve errante por la España gubernamental confundido con aquellas masas de pobres gentes arrancadas de su hogar y su labor por el ventarrón de la guerra. Me expatrié cuando me convencí de que nada que no fuese ayudar a la guerra misma podía hacerse ya en España.
¿Adónde le llevó su huida?
Caí, naturalmente, en un arrabal de París, que es donde caen todos los residuos de humanidad que la monstruosa edificación de los Estados totalitarios va dejando. Aquí, en este hotelito humilde de un arrabal parisiense, viven mal y esperan a morirse los más diversos especímenes de la vieja Europa: popes rusos, judíos alemanes, revolucionarios italianos..., gente toda con un aire triste y un carácter agrio que se afana por conseguir lo inasequible: una patria de elección, una nueva ciudadanía. No quiero sumarme a esta legión triste de los «desarraigados» y, aunque sienta como una afrenta el hecho de ser español, me esfuerzo en mantener una ciudadanía española puramente espiritual, de la que ni blancos ni rojos puedan desposeerme. Para librarme de esta congoja de la expatriación y ganar mi vida, me he puesto otra vez a escribir y poco a poco he ido tomando el gusto de nuevo a mi viejo oficio de narrador. España y la guerra, tan próximas, tan actuales, tan en carne viva, tienen para mí desde este rincón de París el sentido de una pura evocación.
¿A qué se dedica actualmente?
Cuento lo que he visto y lo que he vivido más fielmente de lo que yo quisiera. A veces los personajes que intento manejar a mi albedrío, a fuerza de estar vivos, se alzan contra mí y, arrojando la máscara literaria que yo intento colocarles, se me van de entre las manos, diciendo y haciendo lo que yo, por pudor, no quería que hiciesen ni dijesen. Luchando con ellos y conmigo mismo por permanecer distante, ajeno, imparcial, escribo estos relatos de la guerra y la revolución que presuntuosamente hubiese querido colocar sub specie æternitatis. No creo haberlo conseguido. Y quizá sea mejor así.

domingo, 25 de febrero de 2018

La última Nochebuena de Larra

“La Nochebuena de 1836” es el último artículo escrito por Larra. En él muestra una gran cantidad de ironía y pesimismo como forma de presentar una crítica a la sociedad del momento que, entre otras cosas, era extremadamente clasista.
Se observa una mezcla de periodismo y literatura, pues el narrador –el mismo Larra- relata sus pensamientos y andanzas por el Madrid de la época de una forma muy personal. Refleja el estilo de vida de entonces, las calles y el paisanaje, característica por la cual su obra se incluye dentro del costumbrismo.  También aparecen numerosas menciones a las situaciones vividas debido a la política existente, como la censura o la deuda del Estado, y menciones a sucesos históricos, como la Primera Guerra Carlista. Todo ello aparece retratado con patetismo y un enorme pesimismo.
El colofón del artículo es el enfrentamiento con su criado, donde entrevemos ese clasismo suyo y la noción de España como una suma de Madrid y sus provincias. El criado, pese a ser retratado como un provinciano desagradable y animalesco, se convierte en el medio por el cual Larra enuncia gran parte de su crítica a los usos y costumbres, al pensamiento político oportunista; una crítica que acaba volviéndose hacia sí mismo, ya que algunos de los aspectos que él menciona podemos enlazarlos con sucesos ahora conocidos de su vida. Todo ello lo engloba en su explicación de la Nochebuena como un día nefasto.
Es su último artículo antes del suicidio, por lo que es remarcable ese tono pesimista y derrotista que dirige hacia su persona: nos da pistas sobre cómo debía ser su carácter en la temporada que precedió a su suicidio.

miércoles, 21 de febrero de 2018

Reseña La forma del agua

Director: Guillermo del Toro
Año de estreno: 2018
Duración: 2h 3m

Tras La cumbre escarlata, película que resultó decepcionante tanto para crítica como espectadores debido a su errónea publicidad como cinta de terror, Guillermo del Toro vuelve al ruedo con La forma del agua, un romance ambientado en la época de la guerra fría y protagonizado por una mujer muda y un ser humanoide y acuático.

La película no presenta una gran profundidad de personajes ni pretende ser una reivindicación de nada, a excepción de un par de guiños a la representación de colectivos oprimidos y de escenas incómodamente realistas. Es un canto a los monstruos que tanto parece amar el director, criaturas que finalmente parecen más humanas que las personas a las que se enfrentan. Es una historia bien contada, con personajes que aportan lo justo en el momento oportuno para que la trama avance y con unos efectos especiales y visuales de lujo. A pesar de un final bastante predecible, la cinta no pierde la originalidad y el encanto. Esperemos que la taquilla se porte tan bien con ella como lo han hecho desde la Academia de los Oscar.

Presentación de Del ecomunicipalismo a las puertas de la cárcel

El acto tuvo lugar en la librería La Revoltosa el día 16 de febrero en Gijón. Presentaba el libro Alberto Cañedo, el protagonista del mismo. Abría la charla explicando que no era un libro usual, sino que se trataba de una entrevista realizada por el periodista Eduardo Muriel. A continuación, pasó a comentar la razón principal por la que se había escrito el libro y por la que se hallaba ese viernes allí: la serie de demandas que recibió debido al período en que fue alcalde de Carcaboso, un pueblo en Extremadura, y cómo el caciquismo bipartidista y la mezquindad de ciertos individuos le han llevado a una precaria situación legal en la que se enfrenta a cargos de prevaricación administrativa y urbanística.
Cuenta que todo comenzó cuando decidió presentarse a las elecciones municipales en 2003 con un grupo de amigos para mejorar la terrible situación laboral del pueblo, que en sus peores épocas ha llegado a sufrir un 50% de paro. Nos relata los proyectos que presentaron desde el ayuntamiento, tanto los exitosos como los que fueron un fracaso. En el año 2007, tras años en la alcaldía, comenzaron a llegar las demandas por parte de los caciques del pueblo que desde un primer momento se habían opuesto a su candidatura; en un principio parecían inocuas, pero con el tiempo fueron creciendo como una bola de nieve. La situación lo obligó a abandonar su puesto.
Los costes totales de todo el proceso y la condena ascienden ya a los 300.000€. Explica que la publicación de este libro está destinada a financiar todos los gastos que ese proceso ha generado y a hacer que se conozca su situación, reunir apoyo social y evitar ir a la cárcel por motivos injustos. Seguidamente tuvo lugar una charla entre Cañedo y los asistentes sobre las situaciones caciquiles que se siguen viviendo en la España rural de hoy, los principales problemas a los que se enfrentan estas zonas en lo social y en lo político, y las razones que han llevado a la perpetuación de los mismos.

Termina animando a los más jóvenes entre los asistentes para que, si pueden, vuelvan al ámbito rural y ayuden a repoblar esos territorios y revivir su economía.